miércoles, 30 de mayo de 2007

Mis problemas con Sánchez-Piñol

Comentaba Javier Marías recientemente en uno de sus artículos semanales para EPS sus problemas con determinadas películas de cine: le ocurría que iba a verlas por recomendación efusiva de amigos y se encontraba con aburridísimas secuencias y con historias descabelladas, posmodernísimas pero sin sustancia alguna. Le pasó, y de ahí el artículo, con Babel, una mixtura algo indigesta de historias cruzadas que van por tantos sitios que al final no conducen a ninguna parte. Y sucede que, a menudo, la crítica se vuelca en favor de estas creaciones, aplaudiéndolas y asegurando que son un nuevo camino narrativo que no había sido explorado hasta entonces (!), y el público acata la moda y forma largas colas ante los cines para ver esa nueva maravilla. Lo más curioso es que, a fuerza de autoconvencimiento, salimos de la sala con las palmas ya entrenadas para chocarlas entre sí (plas, plas) y continuar la cadena con otros amigos, porque a nosotros, como a todo el mundo, también nos ha gustado la peli.

Pero no hace falta salirnos de la senda para retratarnos en otras materias: los libros y la literatura son también un excelente caldo de cultivo para la aparición de exégetas dispuestos a vendernos gatos por liebres y a encumbrar novelas que se convierten en los éxitos del año. Y no hablo de críticos profesionales: también el boca-oreja puede funcionar para estos fines, y la consideración que ha tenido este método para recomendar libros es espeluznante. "Ha sido un éxito logrado a partir del boca-oreja", se dice, como si eso bastara para que automáticamente la obra se vista de calidad indiscutible. "No ha sido por recomedación crítica", dejando a los pobres que ejercen este oficio como tontos que dedican sus vanas horas a explicar por qué una novela es buena o no lo es sin que esto tenga ninguna importancia: ya se encargarán las bocas locuaces o las orejas sensibles de decidir lo que hay que leer y de sentar cátedra popular.

Esto me pasó a mí, pues, con Sánchez-Piñol, como bien saben los sufridos senderistas que paseaban conmigo un año atrás. Fue en parte la crítica, pero de manera muy especial las voces cercanas, la razón por la que me acerqué a la novela y leí. El post que escribí entonces se quedó a medio camino ya que me encontraba en pleno proceso lector, y quedó en el aire una tímida esperanza y el deseo que todas mis objeciones se fueran diluyendo con el pasar de las páginas. Meses después y ya digerido el proceso, la realidad (tan cruda ella) se empeña de nuevo en poner los pies sobre la tierra.

Soy claro: lo de Sánchez-Piñol ha sido un bluff de proporciones catalanescas, como sólo los catalanes podemos saber (somos una nación y al mismo tiempo no, todo en uno). A la literatura catalana le hacía falta un Sánchez-Piñol, qué duda cabe, atravesada ya la etapa Monzó, superada la época Porcel y asumiendo a duras penas la fase Pàmies. Había que buscarlo, como fuera. Y apareció en el sitio menos pensado, en "La Campana" y con algunas palmadas en la espalda de amigos y conocidos. Ya sólo había que esperar a que los catalanes que leen libros en su lengua materna acudieran a la librería y, apiadándose de su suerte (sólo hay que ver las mesas de novedades en esa lengua para comprender nuestro sino) buscaran la novedad y rezaran mucho.

La pell freda fue el libro necesario escrito en el momento oportuno. Quiero decir, aburriéndoles a ustedes, que era la novela postpujolista por excelencia, o la neomaragalliana que la nueva catalanidad abierta al mundo necesitaba. Ya escribí que puede ser una de las novelas menos catalanas de los últimos tiempos, y esto al menos es un valor que hay que reconocerle: tanto el espacio geográfico como los personajes (los dos o tres mal contados que hay) pertenecen a la literatura escandinava, por así decirlo. No hay banderas, ni Ramblas, ni gentes mirándose el ombligo. Pero a partir de ahí, la nada.

Que estamos muy solos y con mucha hambre lo prueba que esta obra sea un gran éxito y que además sea traducida a múltiples idiomas. Esto se explica por esa visión internacionalista del hecho literario y porque hay unas cuotas de exportación en lengua catalana que hay que vender fuera como sea. También Vallcorba, yendo al otro extremo, compra cada año sus cuatro, seis o nueve traducciones checas, polacas y húngaras. Sánchez-Piñol estaba allí y eso bastó para que una trama de asedio monstruoso triunfara de manera sorprendente. Sigo mostrando mi aprecio por el arranque conradiano de la novela, pero hablo de 30 páginas: el resto de las casi 300 es un repetitivo ataque y contraataque de seres infernales que salen del océano y que obligan a dos individuos a preparar defensas a cuál más absurda. Por favor, seamos sinceros: no hay absolutamente nada más. A cualquiera que me habla del "análisis psicológico" de los dos personajes le explico quién era Flaubert, y a quien me intenta demostrar "la complejidad de la estructura" de la novela le hablo de un tal Faulkner, y así.

No me esperaba tan poco de ese viaje. A mí no me desagrada tampoco la literatura de ciencia ficción, y no hay que recurrir a grandes maestros para reconocer que Mecanoscrit del segon origen de Manuel de Pedrolo es muy superior en originalidad, en estructura y en ambición. No hay escolar catalán que no lea hoy esa novela, y ya veremos cuánto dura la sobrealimentación de Sánchez-Piñol (quizá lo que duró la aparición de su segunda novela, sobre la que ya no veo tantos alardes). Y lo más importante: Pedrolo, él sí, sabía cómo terminar un libro y una historia.

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Ante la aparición de este nuevo y magnífico número de la revista Granta, uno se pregunta si este mismo ejercicio será posible, y qué resultados se obtendrían, con un ejemplar dedicado a los mejores jóvenes novelistas en lengua española. Incluyo, cómo no, a todos los latinoamericanos en el mismo pack. Espero que los editores recojan la idea.


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Punto y final: veneno y sombra y adiós.

sábado, 26 de mayo de 2007

Los sin Dios

Vamos a hablar, y mucho, de esta obra de Richard Dawkins recién traducida al español con el título de El espejismo de Dios. Algunas voces comentan la importancia de este ensayo y el antes y el después que comporta, aunque mi tradicional escepticismo (ya sea con Dios o con las novedades bibliográficas) me impida ver que Dawkins haya cruzado alguna línea a partir de la cual el mundo ya es otro. Simplemente, al menos con lo poco que llevo leído, estamos ante una buena recopilación de datos y citas sobre lo que antes ya se ha dicho sobre el tema, y llegando a algunas conclusiones originales con las que aún no me he topado.



La pretendida novedad de la obra choca contra la evidencia de la cantidad de autoridades a las que el propio Dawkins alude y que comenta profusamente. Mucho chiste fácil también, todo hay que decirlo, y algunas anécdotas relevantes. Hay dos prevenciones que me asaltan ya de entrada y que expongo:

La primera es el excesivo uso del lenguaje incisivo para convencer al lector de las bondades de su discurso. La violencia verbal disimulada como razonamiento conclusivo (tanto que no hace falta demostrarlo) no dice nada bueno del autor. El inicio del capítulo 2 es una diáfana muestra de este ejercicio:

"El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo".

Esta ristra de adjetivos incita a pedir pruebas concluyentes de tales apreciaciones, por mucho que el efecto buscado sea el de sacudir conciencias o levantar dudosas polémicas. La prueba puede ser el libro completo, pero es una respuesta insatisfactoria: immediatamente después del insulto hay que poner las evidencias sobre la mesa, o retractarse. Si Dios es sadomasoquista, que no tengo por qué dudarlo ni por qué asumirlo, Dawkins está obligado a explayarse sobre ello y no a quedarse saciado por su valentía verbal.

El segundo pero hace referencia al desorden temático que afecta al ensayo. Aunque en apariencia se sigue un discurso por partes, el tema es lo suficientemente amplio y complejo como para que el hilo deba ser bastante visible, con trazas en el camino. Al contrario, hay muchas ideas y también atajos o correlaciones que dan medida de esa complejidad pero sin una ruta clara. Parece que la mejor manera de demostrar la inexistencia de Dios sea acumulando pequeñas citas que acaben construyendo una montaña de opiniones, y la misma acumulación se convierta en dato inefable.

Pero estas prevenciones no afectan a mi recomendación sobre la lectura del libro. Al revés: creo que Dawkins es honesto, y eso aporta un plus de credibilidad que sus defectos nunca terminan por borrar. A pesar incluso de su tono incisivo que a ratos se transforma también en doctrinal: su convicción acerca de lo que dice, y su necesidad por ganarse la complicidad lectora, obligan a prestar atención a cada nuevo párrafo y a intentar separar el grano de la paja.

Hay cuatro mensajes de concienciación en el párrafo que definen bien el propósito del autor: se puede ser feliz e intelectual y moralmente realizado siendo ateo; el proceso de selección natural de las especies es la mejor explicación para cuanto nos rodea; los niños ni nacen ni son religiosos, y hay que reivindicar el orgullo del ateísmo. Avanza también que su obra está destinada, de manera especial, a los que no piensan como él y está tan convencido de su labor que asegura que después de su lectura no puede haber nadie que pueda pensar igual. Esta inocente seguridad quizá podría convertirse en mi tercera prevención al libro, puesto que no hay sector más eternamente convencido de su posición que el de los fervientes beatos.

En el primer capítulo realiza una necesaria distinción entre teísmo, deísmo y panteísmo, para demostrar lo absurdo de la afirmación de que Einstein era religioso. Eso le conduce, meandros aparte, a la denuncia del exagerado respeto que se tiene hoy día por la religión y expone el ejemplo más palmario de cuantos han sucedido en los últimos meses: la publicación de las viñetas de Mahoma en un diario danés y la furibunda reacción que ocasionó en el mundo musulmán, pero de manera especial la azucarada actitud de algunos políticos europeos frente a este pulso y la ridícula apelación al respeto entre culturas.

Dawkins también pide que el libro ocasione una cadena de reacciones y que haya un levantamiento de los silenciados ateos: no sé si este hilo que comienzo pueda responder a eso, pero será mi modesta contribución a la causa.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Paréntesis caribeño

Imposibles conexiones desde el trópico humedo. Seguiremos sudando hasta el día 25. El sábado 26 volvemos a la brisa de la senda. Vale.

sábado, 19 de mayo de 2007

La hora azulona



Después de leer con desesperante terquedad la novela, recorrí durante unos días lo que en internet se ha publicado sobre ella. Voy directo a los blogs, claro: allí se encuentra hoy en día la sustancia de la crítica, cada vez más alejada de los periódicos impresos que eligen sus libros a partir de componendas empresariales (y que echan a sus echevarrías a las primeras de cambio, cuando el crítico hace un mohín poco agradable). Contamos además con una incombustible y a ratos excitante troupe peruana, uno de los grupos más vivos que ejercen desde los blogs literarios aunque también algo endogámicos, como ya dije en cierta ocasión. Y encontré mucho material en Bata japonesa, que elabora una respuesta a una crítica previa de Javier Ágreda con el respaldo de casi 80 comentarios sin desperdicio. El propio Iván Thays ya dejó impresa su opinión en el blog Sin plumas, y me quedo todavía con otra crítica contundente publicada en Parcela de cielo: con eso me basta, por ahora.

Lo cierto es que uno desea comenzar hablando de la sensación que le deja la lectura de La hora azul antes de ponerse a destazar el argumento y sus inconsistencias varias. Decir, por ejemplo, que este sea probablemente el peor Premio Herralde en muchos años y el libro menos anagrama (el adjetivo es límpido y claro) de cuantos hayan pasado por mis manos en tapas grises. No desentonaría con un sello planetario en su lomo, ahora que hasta Pombo se pasó al rojo incendiario: no sé en qué andarían pensando Vila-Matas o mi amigo Clotas al galardonar este manuscrito, si no es acaso que Grandes miradas merecía tener un acompañante en el catálogo.

Es difícil superar el primer capítulo, exactamente al revés de lo que le sucedía a Sánchez Piñol (sobre quien volveré, pues debo cerrar el círculo iniciado el año pasado) que después de un inicio fulgurante se dedicaba durante 300 páginas a matar monstruitos. Alonso Cueto nos introduce en una familia de la alta sociedad limeña utilizando la vana prosa de la alta sociedad limeña: ¡quizá pensando que la credibilidad depende de impostar la frase haciéndola vacía, para que ese mundo vacío lo parezca más! El resultado, en estos casos, siempre es indiscutiblemente el mismo: personajes, historia y libro se contagian mutuamente de lo inane y el lector asiste impertérrito al desmoronamiento. Leamos, por ejemplo:

Mi esposa Claudia. Es curioso llamarla así. Como a una extraña. Su nombre ondulante me recordaba la forma de un arco iris, o al menos así se lo dije el día que la conocí en una fiesta hace veinte años”. (p.15)

No hay registro en el libro del bofetón que merecería un hombre por decir sandeces de este nivel, y es que probablemente Claudia (y con ella todas las claudias del libro) quedan extasiadas ante la prosa vaticana (el adjetivo es de Arcadi Espada) que inunda cada párrafo del libro. Sólo desciendo quince líneas:

Tenemos dos hijas bastante adorables (es la palabra que se me ocurre ahora al mencionarlas)”.

El chirrido del adverbio sólo antecede al tremendo pensamiento que encierra el paréntesis, y así hasta la extenuación. La novela está escrita en primera persona y se acumulan, página a página, los despropósitos semánticos. En descargo del autor hay que valorar al menos la utilización de la frase corta, concisa, que evita barroquismos que ya hubieran hecho ilegible el conjunto. Todas las escenas coinciden en esa vacuidad de gente mal trazada, personajes que abren y cierran puertas sonámbulamente y que viajan en coche por las avenidas de Lima sin parar, por la avenida Wiesse y por delante de la estatua de Mariátegui.

El argumento nace de un hecho real: la atracción que un militar siente por una muchacha detenida, la fuga de ésta y el interés que por la historia siente el hijo del militar, que decide recuperar su pasado desentrañando el hilo y buscando a Miriam, la joven ayacuchana. Hay un interregno en la obra que coincide con los capítulos más logrados: la búsqueda de Miriam en su lugar de origen y el contacto entre dos mundos opuestos, la certeza de ver al protagonista haciendo de detective pero en el fondo (ese fondo que se empeña Cueto en mostrar con la cucharilla en la boca del lector) descubriendo un fragmento del pasado reciente de su país, y viéndose a sí mismo como un ser tan prescindible como la propia novela indica. Después, el encuentro con ella en la capital, como he leído en algún blog y suscribo, es el pistoletazo de salida para el melodrama puro y definitivo con el que Cueto certifica el final de la obra.

La hora azul es una muestra de lo fácil que es dilapidar una historia prometedora: para elevar a categoría una anécdota vital es necesario mucho oficio, mucha voluntad para trascender lo banal y extraer conclusiones universales. Esta novela peruana se queda en eso, en peruana sólo, en prosa desde y para los ya convencidos: como si una novela de la guerra civil española se escribiera para sus vencedores y vencidos pero jamás para los millones que nos miraban desde algo más lejos, y es que afuera de España también continuaba la vida. En el Perú de Cueto sólo hay peruanos, y el argumento se termina en el mismo ombligo del autor, sin apostar a convertir a Adrián Ormache y a Miriam en grandes vencedores o grandes perdedores, tanto da, pero grandes. Por desgracia, acaban siendo personajes de novela: de ahí venían y allí se quedaron, sin traspasar jamás el umbral de lo verdadero y de lo perdurable.

La reiteración de escenas también forma parte de todo el entramado: los encuentros con Jenny en la antesala de la oficina, los almuerzos en restaurantes varios con empresarios, y esos interminables ires y venires por las pistas y avenidas de Lima que provocan un sopor indecible. Poco más hay que añadir en esta rápida pincelada: también provoca sueño tener que escribir sobre aquellos libros que no levantan el vuelo y que caen, exhaustos, en el fondo de las bibliotecas.

jueves, 17 de mayo de 2007

La enciclopedia libre

Las novedades tecnológicas llegan a mí siempre con cierto retraso, por eso fui un blogger tardío (cuando ya tantos se habían avanzado a la moda antes que yo), seguí comprando discos de vinilo cuando todo el mundo escuchaba CDs, o después me enganché al CD portátil cuando ya, en las calles, veía a la gente con unos aparatos llamados MP3 o así, que todavía forman parte de mi incierto futuro. Sigo siendo de los últimos en adaptarme al alud de máquinas modernas, aunque tampoco lo considero ninguna resistencia a los nuevos tiempos: llega un día en el que, sin más, hago el cambio de una formato a otro y no me pongo a llorar como el poeta, porque cualquier tiempo tecnológico pasado fue, simplemente, anterior.

Es por eso que hasta ahora mismo no me he metido en serio en los entresijos de la Wikipedia, ese invento surgido de internet que ya me ha apasionado de manera extraña: y es que estas pasiones tan inmediatas tienen algo de impostado, como de flechazo fugaz que corre el riesgo de perder el interés al cabo de poco tiempo. Pero mientras dure, creo que voy a participar del juego en la medida de lo posible.

La idea es de por sí atractiva: convertirnos todos en aprendices de Diderot y ser partícipes de un proyecto abierto, plural, libertario, pero todo dentro de un orden necesario. Cada uno de nosotros, por el simple hecho de registrarse de manera rápida y gratuita, puede introducir nuevas fichas en la enciclopedia o modificar las que ya existen. La edición española cuenta ya, mientras escribo, con 232.662 entradas alfabéticas, pero la cifra no me abruma para nada. Es más, creo que el conocimiento mundial (en español) no puede reducirse a un número tan insignificante, así que intuyo que todo el trabajo está aún por hacer y yo no llego tan tarde esta vez.

Se me pasan por la cabeza varias preguntas o inquietudes ante esta summa barroca en constante crecimiento. La primera, sin duda, es saber quién está detrás de todo ello o quién maneja los hilos (quién modera, se dice en este contexto) para que el invento no se desmorone ante la visita de los inevitables saboteadores. La red, como la calle, está llena de graffiteros dispuestos a sacar su spray a las primeras de cambio y pervertir la idea original: qué mejor y más fácil para estos graciosos, frente a la enciclopedia del conocimiento, que llenarla de mentiras y datos falsos. Ayer mismo, en una rápida navegación, leí que el Premio Cervantes 2006 había sido otorgado a una tal Juana de la Cuadra por obra y gracia, supongo, de algún enemigo de Gamoneda. Limpié yo mismo el excremento, pero no creo que la misión de los usuarios de la Wikipedia sea barrer cada día el lugar y convertirnos en guardias de seguridad permanentes, y es por eso que uno se pregunta: ¿hay alguien ahí o estamos solos? ¿Es habitual tropezarse con abanderados del boicot y con sus huellas esparcidas por toda la casa?

La segunda cuestión, mucho más gratificante, consiste en pensar sobre el contenido global de la enciclopedia y sobre el peso relativo que tienen las materias y los conceptos que hay en ella. Es decir: suponiendo que estadísticamente los usuarios se dividen por un igual entre científicos, literatos, humanistas, sociólogos, y un largo etcétera de perfiles que son, a su vez, una correlación del perfil medio del ciudadano del mundo que usa internet; entonces, digo, el resultado no parece que vaya a estar muy inclinado hacia una disciplina concreta, sino que se repartirá entre los intereses babélicos de todos los colaboradores. Así, las 232.662 entradas (puede que en dos párrafos que llevo escritos la cifra ya haya aumentado) serán una muestra muy gráfica de lo que preocupa o interesa a la mayoría de los hombres y mujeres de hoy. Vaya, al menos a mí no se me ocurrirá introducir el concepto "Fractal" si es un tema que me aburre sobremanera, pero para otro debe ser su pasión, viendo además cómo la entrada existe y es de una precisión asombrosa.

Llego, pues, al meollo: tecleo "Javier Marías" y puedo leer una completa biografía con un listado de todos los libros por él publicados y todos los premios que le han sido otrogados. Pero eso es sólo el principio: hay entradas también para el "Reino de Redonda" e incluso para el "Premio Reino de Redonda". Sin salir de mi éxtasis, tecleo "Roberto Bolaño" y vuelve a aparecer una buena página biográfica y la lista de obras casi completa (yo mismo me encargo de actualizarla con La universidad desconocida y El secreto del mal). ¡Pero además hay entradas específicas para 2666 y Los detectives salvajes, en los que se cuentan los argumentos de cada novela!

Estos ejemplos me bastan para reconocer que la Wikipedia es un espacio óptimo para las obsesiones personales de cada uno. Aunque muchos lo pongamos en duda, ni el Reino de Redonda ni 2666 son elementos fundamentales para el devenir de la humanidad, pero la enciclopedia los recoge al mismo nivel que cualquier otro término mayor y necesario. Algún lector fatalmente tocado por la literatura de Marías y Bolaño (acaso paseante ocasional de la senda) ha querido compartir su insomnio con el resto del mundo y sentenciar su pasión en una enciclopedia, nada menos. El editor de Larousse, si hubiéramos querido convencerlo de la necesidad de incorporar tales términos a su producto, nos hubiera lanzado un tomo completo en la cabeza. Ahora no hay editor, ni editorial, ni papel: ¿dónde está el límite, pues?

En efecto, dan ganas de ponerse a meter entradas para cada libro de nuestro autor favorito, y después para describir a los personajes (Jacobo Deza!), e ir llenando así páginas de información no sé si irrelevante, pero al menos tanto como lo pueda ser este blog. No sé si ese es verdaderamente el objetivo fundacional de la Wikipedia, pero está claro que dejar en manos de los internautas la tarea de definir las prioridades del conocimiento humano obliga a replantearse qué demonios es eso de "conocimiento". Para que se entienda: las noticias más visitadas ayer por los lectores de "El País digital" llevaban por título "Sexo oral a cambio de votos", "Los pasajeros, al desnudo" y "La más chula de Madrid", mientras la portada se empeñaba en dilucidar el problema de las listas de Batasuna o los últimos coletazos del juicio del 11-M. Eso es el conocimiento: el de usted, el mío y el del editor de "El País digital". De ahí el temor y a la vez el encanto de esta Wikipedia sin orden de prioridades, que crece así porque yo lo digo.

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No tengo noticia todavía de la traducción española, pero el maestro regresa este año con un nuevo libro. Algunos recordarán la disección de Sábado hecha aquí, novela que sigo defendiendo contra los elementos y a pesar de todo. Pero antes, bisturí en mano y cual Henry Perowne, le abriremos el lomo a Amsterdam en los próximos meses: recuérdenme la promesa.

martes, 15 de mayo de 2007

Bibliotecas heredadas

El artículo de Javier Marías en el EPS de este último domingo me obliga a regresar al autor. Es el destino de las personas obsesivas como yo, que tropezamos varias veces con los mismos Bolaños o Marías y cada caída es una nueva victoria, y así hasta el infinito.

La historia es emotiva: la biblioteca de Sir Peter Russell (fallecido hace menos de un año) ha sido subastada recientemente por una de esas empresas dedicadas al lucrativo negocio de vender restos de vidas, fragmentos materiales de lo que un día fue el hogar de alguien y que ahora, sin su dueño, pasan a ser objetos inútiles y un engorro para los herederos, si es que los hay. Varios de los volúmenes que allí convivían (hoy ya sería mejor usar el sintagma "que allí se almacenaban", visto el triste fin de sus días) fueron donaciones del propio Marías, que dedicaba sus libros al buen amigo y le mandaba regularmente las ediciones extranjeras de Tu rostro mañana, a quien por cierto ya va dedicada la obra desde la imprenta. Como todas las historias emotivas, el final es melancólico: el "lote Marías" acaba siendo comprado por inescrupulosos y voraces tiburones que, a su vez, revenderán después a mayor precio la mercancía para mantener el negocio de los libros de viejo.

Quizás sea esto, apunta Marías, lo que permite que al fin y al cabo podamos todos entrar en una de esas librerías y encontrar pequeños tesoros, con dedicatorias a mano y rarezas varias, y que no sólo vayan pasando de mano en mano, de amigo a amigo.

Muchas veces he pensado en mi pequeña biblioteca barcelonesa de poco más de 500 volúmenes, de seguro la parte material de ese domicilio a la que tengo más apego, dejando aparte a un viejo oso de peluche. Y tantas veces me he preguntado sobre el destino de esa colección, que en algunos años duplicará o triplicará el número de ejemplares, y que me sobrevivirá sin ninguna duda. La solución fácil es dejarla al cuido de alguien cercano, un familiar directo (no digamos ya un hijo, heredero por excelencia) pero sabemos que nadie podrá dedicarle el entusiasmo con el que hemos ido incorporando cada libro, sabiendo de manera indiscutible quién nos regaló ese, o dónde compramos aquel otro. Recuerdo cada circunstancia de cada novela y de cada ensayo, y a estas alturas me sobrecoge esta certeza porque no ha sido nada planificado: sólo la memoria, que es fatalmente selecta, se encarga de mantener viva en el recuerdo esa parte de mi historia personal.

Yo, en un tiempo juvenil, me dediqué con bastante ahínco a perseguir autores en pos de una firma, y mi biblioteca acoge bastantes dedicatorias de puño y letra de gente variopinta. Hay, cómo no, un par de Marías (Mañana en la batalla piensa en mí y Tu rostro mañana 1) aunque he tenido otras oportunidades y no he querido abusar. Tengo el Cela planetario también con firma, quién sabe si eso tendrá hoy algún valor. Pero además de literatura hay un libro sobre ajedrez firmado por su autor, Anatoly Karpov (¿qué habrá sido de Karpov?). También Carmiña Martín Gaite estampó su rúbrica en La reina de las nieves, y el amigo Joan Margarit puso bellas palabras en Els motius del llop.¡Hasta Justo Serna me mandó un libro de Conrad dedicado por aquél para el desconocido JacoboDeza, que agradecí de veras! Creo que lo último fue una rúbrica de Amélie Nothomb que ahora tengo en la sucursal de Nicaragua.

Pues todo esto y más ocupa un buen espacio de una sola habitación, pero el espacio sentimental traspasa los muros y me pone en la tesitura de pensar qué ocurrirá con esas miles de hojas encuadernadas, un verdadero regalo envenenado para un no-lector. Hay mucha mezcolanza, cierto, pero cada vez se va asemejando más a un proyecto de biblioteca de autor, con obsesiones visibles, querencias extravagantes y ausencias notorias que espero ir completando todavía. Casi todo es moderno, desde los años ochenta, pero hay algun volumen concreto de literatura catalana de los años veinte.

Sir Peter ya tiene su estimado legado en manos de desconocidos, otros dedos que marcarán con sus huellas las páginas que él alguna vez leyó. En tiempos de bookcrossings y otras globalizaciones, todavía emociona reconocernos en los que, libro a libro y página a página, conformamos una vida rodeados de nuestra prole escrita.

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Aunque ya lo digo a toro muy pasado, el premio Reino de Redonda atina una vez más con la decisión del jurado. Ya marea ver la lista de premiados (Elliot, Coetzee, Magris...) y sólo faltaba Steiner, que según el enterado M. Rodríguez Rivero compitió muy de cerca con Eco. En los orígenes de este blog, cuando JacoboDeza jugaba literariamente con otros apellidos y esta senda todavía no era de libros sino de elefantes, escribí una reseña de la presentación del libro La idea de Europa en la librería La Central de Barcelona. Les recupero aquí la prehistoria como quien dice "si es que yo ya sabía lo que iba a ocurrir con Steiner..."

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Cortesías de los amigos.

sábado, 12 de mayo de 2007

Tres tardes con Sergio

Parece necesario aclararlo, pero no hay grandes motivos a los que acudir: viajes, intensa labor para resolver en tiempos breves, falta de aliento, domicilios inestables, bibliotecas andantes. Los libros siempre sufren los embates de la prisa: van y vienen, en maletas atiborradas que no pasan los controles de peso por su culpa. Pero ya intuimos un sedentarismo mayor que nos permite romper el candado, abrir la verja de nuevo y caminar, como si fuese ayer, por la enigmática senda.

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Acabo de pasar tres tardes con Sergio y aún me dura el ensalmo. Con Sergio Ramírez, claro. Este hombre, de ojos tristísimos y hablar pausado, tiene la capacidad asombrosa de captar la atención sin ningún aspaviento, sin quebrantos ni salidas de tono. Se agradece hoy, con todo lo que nos rodea: yo vivo sumergido en el grito, en las alarmas de los coches de mi vecina, en el altavoz de enfrente. Han sido tres sesiones de tres horas cada una, y cruzar la puerta del Instituto de Historia de la UCA ha sido como meterse en la sacristía laica y amanecer en otra latitud.


La convocatoria era muy restringida y pude instalarme ahí a última hora: me acompañaban historiadores, bailarinas, musicólogos, investigadores (públicos) pero, por encima de todo, poetas y escritores. Fue muy ilustrativa la presentación de cada una de las 49 personas que asistimos al conversatorio: había, según mis cálculos aproximados, un poeta y medio por metro cuadrado. A medida que se iban presentando yo escudriñaba la cara de cada uno de ellos y no lograba identificar a ningún literato conocido, pero todos escribían. Probablemente, en sus ratos de ocio, deben ser abogados, médicos, vendedores y peluqueros, pero lo importante es que escriben y que por eso estaban en la sala, o así lo juraban. Creo que ya dije en otro recodo que en Nicaragua todo el mundo es poeta hasta que se demuestre lo contrario: no fui yo quien les enmendó la plana a estos optimistas porque, aunque no lo confesé públicamente, me sentí casi como ellos, hermanado y a punto de anunciar que Jacobo tiene blog una vez más.

Pues esta vez Sergio no venía a hablarnos de sus ficciones sino que la cita era para presentar ampliamante su próximo ensayo, Tambor olvidado. Yo no recuerdo que en España se realicen (o es que a mi no me invitan) sesiones similares, en las que un autor, meses antes de publicar su próxima obra, ofrece un adelanto de ésta a un selecto grupo de personas. Sergio llegó con el manuscrito encuadernado y desgranó, durante esas nueve horas y tres días, los pormenores del libro. Es una experiencia gratificante por cuanto uno se cree en posesión de un secreto especial, del que sólo unas pocas decenas de hombres y mujeres conservarán memoria en las siguientes semanas. ¡Yo sé lo que cuenta el próximo libro de Sergio!, dan ganas de proclamar por la calle.

Pues lo digo en el blog: yo sí sé que Tambor olvidado es un intento de visibilizar un debate que en Nicaragua, por varias razones, ha quedado orillado en el ámbito intelectual: el de la influencia africana en las más diversas formas de la cultura e identidad de este país. Lo bueno de este tipo de ensayos es que situan el prurito nacionalista en su justo lugar, que es el de las pasiones irracionales. Ahora resulta que los elementos más significativos de este pequeño país, y que todos elevan como distintivos de lo más autóctono (¡indígena!) provienen no ya de la colonia española, sino de los yolofes africanos: el gallopinto, la marimba, la carne en vaho, el güegüence o Rubén Darío (mestizo triple él). A nadie le había interesado sacarlo a la luz hasta ahora, no fuera a ser que el nivel de emotividad patria bajara unos peldaños y se advirtiera la artificiosidad de las fronteras de estos países independizados en 1821, o sea anteayer. La mezcla de culturas y de influencias históricas ha originado una identidad actual que es fruto de ese mejunje, pero la venta del producto se ha realizado siempre como si existiera una raza propia y una cultura nueva, iniciada por seres que crearon un país desde cero.



¡Qué bello sería que mis otras patrias asumieran sus legados y dejaran por unos siglos de lanzarse dardos identitarios! Pero ese ya es un caso perdido: el que ahora me ocupa sí puede tener consecuencias palpables, o eso es lo que espera Sergio: que el libro sea polémico, que no se cierre ahí y que dé paso a otras aportaciones paralelas que acaso contradigan algunas de las tesis de éste. Por lo pronto, el primer capítulo ya está colgado en la red a través de la revista electrónica Carátula (número 15, sección "Hoja de ruta") y podemos hacernos una primera idea del tema.

Acotaciones finales: la implicación de Sergio en todas las sesiones y su apertura para recibir comentarios, que anotaba pacientemente para incluirlos (o no) en la obra. La impaciente locuacidad de los nicaragüenses, que opinan sobre lo que se tercie y que, aunque a veces agoten al más predispuesto, aportan simpatía al asunto. El libro será editado en septiembre por Aguilar.

viernes, 4 de mayo de 2007

Se confirman los rumores: el 12 de mayo arrancamos la maleza y despejamos el camino