jueves, 26 de julio de 2007

Senderos interruptus

Sabrán perdonar ustedes la hojarasca que se acumula por todos los recodos de la senda, sin cuidador que los mime. Entre la energía eléctrica que se nos va y los viajes múltiples de quien suscribe, hay una dejadez inadmisible. Llegará el día en que todo volverá a resplandecer y que podremos seguir paseando sin hierbajos a nuestro alrededor: mientras, pasaremos el rastrillo de vez en cuando, si los elementos nos son favorables.

sábado, 14 de julio de 2007

Amic Joan

Con discreción y con tino, Cristina Sama anota en uno de los árboles de El Bosque la aparición del último número de El Coloquio de los perros, dedicado íntegramente a Joan Margarit. Un hallazgo, todo un trabajo de excelencia y reconocimiento hacia uno de los tres o cuatro poetas vivos más importantes del estado español, sea en la lengua que sea.

Conozco a Joan desde que yo era un chaval, por una simple cuestión de proximidad geográfica (unas cuantas calles separaban nuestras respectivas viviendas catalanas). Es por ello que me ha emocionado leer cada dedicatoria personal, desde sus amigos a su familia inmediata, y he rebuscado algunos textos que yo había escrito sobre su poesía. Este, por ejemplo, después de verle y escucharle en la televisión barcelonesa hace unos pocos años:

***

Nueva sesión de altura en BTV, ayer por la noche: conversación con Joan Margarit, uno de nuestros poetas vivos más importantes.

De las numerosas perlas oídas, baste una muestra para certificar el sentido común de un poeta inmerso en la realidad, esquivo siempre a reclamarse a sí mismo con ese apelativo, si es que se trata de apuntar una profesión. La suya es la de arquitecto, y ser poeta es una manera de ir por la vida, de mirar alrededor y de dialogar con el mundo.

Para Margarit, la claridad es esencial en todo poema. Uno de los principales males de la poesía en el siglo XX fue, a raíz de las vanguardias, la aparición de unas corrientes literarias fundamentadas en la incomprensión de los textos. Lo que las vanguardias tuvieron de movimiento de ruptura también lo tuvieron de subversión del lenguaje, hasta transformarlo en algo ininteligible. A eso se apuntaron mumerosos aprendices de escritor, y encontraron un buen filón: se dedicaron a escribir poemas y a decirle a muchas personas que no los podían entender, que lo suyo era demasiado sublime como para estar a la altura de la población más cotidiana. O sea: en un país con 10, 20 o 30 años de democracia detrás, donde todo el mundo lee (un libro, el diario, el BOE) y vota con libertad, hay que decirle a alguien "lo siento, usted no es capaz de entender la poesía que yo escribo". Y ante ello, Margarit se subleva.

La poesía no cae del cielo, la poesía está esperando en cada rincón. Debajo de una mesa de un bar, detrás de una farola, en un árbol en mitad del bosque. El poeta va por la vida despierto ante cualquier detalle que le pueda sugerir que allí hay un poema, como el cazador que sigue rastros, sonidos, olores, y por ello intuye que por allí cerca hay una presa. El trabajo viene después, y esa intuición (no pasa nada si le llamamos inspiración) de dos o tres segundos, se convierte luego en un trabajo de meses.

La poesía es arte, porque jamás entramos en un poema y salimos de él de la misma manera (a no ser que estemos ante un mal poema). Eso pasa con el entretenimiento, que está ahí y cumple su función. Pero ante un poema no podemos ser los mismos después de haberlo leído. Y la magia de la poesía está en que lloramos y estamos felices de haber llorado, porque hemos aprendido algo, hemos ordenado algo en nuestro interior que nos hace ser mejores, o enfrentarnos con nuevas herramientas a una situación ya vivida. Y jamás un poema será leído igual dos veces: el poema es una partitura, y cada concertista le imprime su carácter, así como una composición de Beethoven es diferente en cada interpretación.

La poesía mala no es inocente, y no es admisible: de la misma manera que no dejamos la basura en mitad de la calle y la llevamos al contenedor, también hay que hacerlo con la mala poesía y los malos poetas, los que escriben para no ser entendidos. Y es que el poema tiene sentido cuando hay una persona que lo estaba esperando para ser leído, sin saber que les iba destinado.

Joan Margarit acaba de publicar Càlcul d'estructures en catalán, pero toda su anterior obra se encuentra traducida al español. Cuánto tardan ya ustedes en llegar a la librería de esta senda y leer.

***

Ahora ya hay otro libro de por medio, Casa de misericordia, pero esas ideas expresadas en una entrevista permanecen tan válidas como antes. Háganse un favor inmenso y atrapen sus versos como quien remueve el viejo trastero de la casa, hallando pequeños tesoros ocultos por el tiempo. Yo no puedo entrar en un poema de Joan Margarit y salir de él sin cambiar: es por ello que en cualquiera de mis bibliotecas (la barcelonesa, la tropical) siempre hay al menos un libro suyo en el estante de lecturas inmediatas, por si acaso las cosas se tuercen.

________________________________________


La noticia de la semana es la llegada a las librerías del último volumen de Harry Potter, y lo es hasta para la versión española del Wall Street Journal. Lógico: cuando hablamos de negocios, hasta las páginas de un libro cotizan en los mercados. Pero hay una incertidumbre sobre el final del libro, y una inquietud sobre si su revelación puede quebrantar los dividendos. Ahí es cuando se nota que ciertos redactores económicos desconocen las reglas de la literatura: Harry Potter ya murió hace tiempo, cuando su autora puso el límite de siete volúmenes a la saga (aunque ella, un Dios como cualquier otro autor, lo pueda resucitar si se le antoja en cualquier momento). También está la duda sobre si los lectores, al conocer el desenlace, preferirán no comprarlo: esa es otra de las reglas, la que explica que con un Alonso Quijano muerto y remuerto sigamos empecinados en comenzar esas líneas que dicen "En un lugar de la mancha...", y otros dejen al pobre Harry a merced de su anunciada defunción, sin ir siquiera al velorio.

sábado, 7 de julio de 2007

Un donut glaseado, por favor

Antes de comenzar a escribir este post, me he visto obligado a entrar en el American Donuts (versión más naif si cabe que el Dunkin Donuts) y zamparme dos piezas glaseadas, para ponerme en órbita. Después de más de 100 páginas leídas de Este libro te salvará la vida me siento incapaz de decir nada sin la dosis exacta de producto estandarizado. Conste, y lo escribí, que en ciertos momentos de nuestra existencia necesitamos recurrir a cierto tipo de literatura, como quien (siguiendo el ejemplo alimenticio) cena hoy una pizza y mañana un plato de legumbres estofadas. El cuerpo me pedía hace un par de semanas una novela norteamericana y remarcaba el adjetivo con acento gringo: una novela muy norteamericana, con vidas aburridas de individuos que aprietan un botón y salen dólares a mansalva, que circulan con coches último modelo por residenciales vacíos, divorciados con hijos (¡cómo no!), con dietistas particulares pero que comen, como quien no quiere la cosa, donuts de Randy's.

No hace falta añadir que encontré esta secuencia en A.M. Homes, a quien etiquetaron en su día como la enfant terrible de la nueva literatura gringa y que en esta obra debe haberse convertido en el corderito mayor de toda la saga que se supone que ella representa. Esta historia claiforniana destila azúcar por todas las páginas, un azúcar glaseado que impregna cada nueva anécdota vital de Richard Novak y que deja un regusto a esos donuts tan industriales, o es que ahora acabo de comerme dos y me repiten.

Debo confesar que había transitado por las primeras treinta páginas y era imposible no recordar vagamente la lectura de Sábado, de McEwan. Richard, al igual que Henry Perowne, se levanta una madrugada y ocurre un hecho circunstancial, extraño y un poco surreal: si allí era un avión cayendo suavemente por culpa de una avería, aquí es un dolor extraño en el cuerpo que nunca se describe con precisión, y que acontece al mismo tiempo que un agujero en la colina del resdiencial va creciendo de tamaño, como un hoyo que la Tierra absorbe a pasos agigantados. Los dos hombres miran por el ventanal y ven la misma vida aburrida, sólo quebrantada por estos hechos irrelevantes que suponen un pequeño disfraz a tanta mediocridad junta.

Pero no nos engañemos: Homes no es McEwan, y si éste lograba paulatinamente conformar un estándar de vida medio de un ciudadano británico, con su familia bien definida y sus problemas siempre en mente (un retrato perfecto de ti, que me lees años después del 11-S), Richard se convierte ya con 50 páginas en un hombre pintado con brocha gorda, insulso como él solo, sin pensamientos interiores que aguanten tres párrafos, ajeno a cuanto personaje pasa por su vida (el donutero es lo más cercano a un ser racional) e incapaz, ya no él sino Homes, de crear un arquetipo recordable.

¿Esperaba yo más que esto? ¡En absoluto! De hecho, y descansen sus posaderas antes de seguir leyendo, es un verdadero placer leer aquí y ahora esta novela. Cuando yo pedía una novela norteamericana me estaba refieriendo precisamente a esto, ya que reconociendo lo que ya leía o lo que dejaba atrás, no deseaba ahora nada de género fantástico, ni de tesis, ni siquiera una novela de gran trabajo lingüístico. Después de tres días con brócoli y pescado azul ¿quién no va a pedir una Pizza Hut de un telefonazo? Me cuesta más caro a través de DHL, pero el libro que yo quiero llega en tres días a mi domicilio, y Este libro te salvará la vida me ha salvado por unos días de mi inquietud y ha resulto el antojo. Es una obra altamente recomendable para tiempos muertos, para leer desacansando: estos diálogos no son para pensar, sino para que transcurran ante nuestros ojos al ritmo de la vida en las calles de L.A. No, claro que Richard no es Henry: es sólo una más de las almas desclasadas que abundan a millones en ese territorio cinematográfico.

Después de A.M. Homes nunca leería a A.M. Homes. Pero me ocurre casi con cualquier escritor: necesito un buen tiempo de reposo y a otra cosa, lo más contradictoria posible. Pero este tipo de prosa no la encuentro en español, a no ser a través de cualquier autor que imita esas historias aun cuando vive en Vallecas. Por eso hay que subir hacia el Norte de vez en cuando y leer, y pensar que eso también forma parte de nuestra literatura actual.

miércoles, 4 de julio de 2007

Novela vs Dios

Unas cuantas horas (lo que dura un apagón diario en Nicaragua) es lo que ha tardado Fernando Savater en entrar al trapo con mi propuesta del último post. No es que Savater haya leído mi blog (Dios le libre), sino que las circunstancias se conjuran a veces, de una manera muy laica, para que haya curiosas coincidencias en el tiempo. Yo propongo, Savater dispone, aunque el orden de los factores no merezca en este caso más atención que la mera simbiosis del azar.

Escribe hoy Savater en El País acerca del último libro de Dawkins y de tantos otros ensayos publicados recientemente sobre religión. Todos ellos alegatos en contra, ciertamente, pero conviene no pasar por alto esta profusión de argumentos, ideas y propuestas dirigidas hacia un mismo tema. Las ventas parece que también funcionan: la traducción española de The God delusion ha llegado a los 10.000 ejemplares, cifra muy alta para un ensayo de peso. Pero nuestro filósofo no lo ve claro en su ya perenne socarronería:

En ese catálogo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y también por un cierto candor misionero en su refutación de las viejas creencias.

¡Como si no hicera falta todavía refutar y refutar (y digo más: refutar hasta la saciedad) las viejas creencias! Yo pongo la tele y aparecen, en un canal tras otro, predicadores de corbata ante públicos entregados y aullantes, en escenografías de cartoné y micrófonos sensibles al alarido. Todo eso pasaría a todas horas ante mis ojos si me dedicara a la sana labor de sentarme en un sofá con un mando a distancia en la mano, pero mi dedicación a la lectura me impide ocupar mi tiempo en esos esperpentos. En todo caso digo que el fundamentalismo en América campa por sus anchas, y por mucho candor que le echemos al asunto no hay que bajar la guardia y debemos seguir refutando la ilusión agazapada en sotanas y altares.

Pero Savater, más adelante y después de insistir en el vano empeño de querer convertir a los fieles a base de racionalismo, aporta unas palabras que yo esperaba desde hace tiempo:

Me parece que la religión es un tipo especial de género literario, como la filosofía, y combatirla como una plaga más sin atender los anhelos que expresa es empobrecedor no sólo para la imaginación, sino hasta para la razón humana.

Ahí está el hilo invisible que une dos mundos distantes gracias a la misión paralela que aportan a la sociedad. Es duro reconocerlo, pero de la misma manera que la religión puede ser un excelente consuelo para muchos, la literatura también. Así vista, la religión se convierte en una especie de mitología moderna, en una summa de historias inventadas a base de vírgenes que conciben hijos sin sexo previo, Lázaros que resucitan, almas que ascienden a los cielos, panes y peces multiplicados y tantos otros capítulos que formarían una novela ciertamente extensa. Pero Savater no habla del mal que ese tipo de literatura genera en la sociedad, probablemente porque no cree en ello, de la misma forma que no cree (y yo con él) que todo lector masculino de Lolita sea a partir de la última página un pederasta potencial. Ese es el riesgo de etiquetar la religión como un género literario: que acaba siendo tan inocente como un poema de Gloria Fuertes.

En cambio, sí creo que la literatura puede servir en muchos casos para suplantar una visión aterradora del mundo (con sus guerras, nuestras muertes y tanta vacuidad doméstica y cotidiana), como la religión puede servir para montar argumentos que alivien tantas penas. Pero ah, mientras que los lectores separamos sabiamente verdad y ficción, la religión se empeña en conformar una verdad impostada que sustituya a la que desde Darwin quedó mucho más clarificada. Por eso mi réplica a Savater: lo empobrecedor para la raza humana no es eliminar de un plumazo los géneros literarios (nadie lo propone), sino dejar como verdades otros géneros que pertenecen al territorio de la más absoluta ficción.

Arcadi Espada responde también el artículo de Savater con certera precisión y desde otro punto de vista. Pero yo lo tengo claro: entre el Evangelio de San Mateo y la Recherche, ya hice mi elección.