miércoles, 22 de abril de 2009

Del gran blog a la pequeña novela


No es fácil ponerse a criticar una novela de un autor a quien uno sigue con interés por su tarea bloguera. De hecho, debe ser la primera ocasión en que acometo algo parecido. Ya he dicho otras veces que Moleskine Literario, de Iván Thays, es uno de mis blogs de cabecera, y en las semanas en las que no he podido seguir la prensa general por internet, me sirve para ponerme al día y en pocos minutos de las novedades del mundillo literario. Hay autores que aparecen asiduamente y sobre quienes comparto mi interés con Iván, y hay ausencias ruidosas que también me satisfacen.

Lo difícil viene cuando uno lleva 100 páginas leídas de su última novela, Un lugar llamdo Oreja de Perro, y se ve en la difícil tesitura de proclamar sinceramente que no le gusta lo que está ahora mismo encima de la mesilla de noche. Se trata de un ejercicio algo doliente, un punto masoquista quizá, pero necesario para aquellos paseantes de La Senda que esperan mi sinceridad. Intentaré dar mis razones, aunque también estarán ahí agazapados mis estrictos gustos literarios, contra los que no hay argumentos que valgan porque son de lo más subjetivo.

Para entendernos rápidamente, recordaré mi dura crítica contra un Premio Herralde reciente, el de Alonso Cueto. Era esa una novela fallida, de pretensiones vanas y de párrafos cercanos a lo cursi, alguno de los cuales ya reproduje textualmente. Salí de ella sin un solo aprendizaje, por lo que no hay más recuerdo que el del tiempo perdido. Esta novela de ahora me retrotrae con enfermiza precisión a esa otra obra, pues las coincidencias son varias: más allá del origen del autor, la trama pretende también aprovechar un trasfondo de la historia reciente peruana como pretexo para insertar una deslavazada peregrinación de un personaje a una zona remota, y revisar así parte de sus desvelos interiores y fracasos vitales.

Pero poco a poco se va dibujando una historia a la que le pesa el mayor de los problemas de buena parte de la prosa actual: no interesa lo que le pueda suceder al personaje narrador. Aunque su llegada a Oreja de Perro promete un asfixiante contacto entre el mundo urbano y el rural, lo que encontramos es una vacua ida y venida del albergue a un cafetín y viceversa, con alguna parada en algún banco roto de la plaza. La estancia en el lugar es de un aburrimiento fatal para el personaje, y el aburrimiento se traslada inevitablemente al lector. Sábanas sucias, perros flacos, viejas con joroba, suelos de tierra. Sí, ya conocemos todas las Orejas de Perro posibles del mundo, pero sin experiencias vitales memorables, la novela transita por un desierto del que no se adivina su fin.

Alguno de los personajes secundarios parece recortado en tijera gruesa. Así, Jazmín aterriza directamente en la cama y en diez páginas pasa a ser una obsesión del protagonista:

Me intriga. Me cansa. Me deja perplejo. (...) Nunca he conocido a una mujer como ella. No estoy preparado para Jazmín.
Te voy a dejar ir, Jazmín, pienso. Te voy a perder.

Pero el lector no ha tenido ni tiempo de asumirla, de construirle un lugar en la historia, de otorgarle un rol discernible entre los otros personajes que pululan alrededor (uno de ellos, Tomás, la persigue inútilmente y lo que podría ser un misterio a resolver se convierte en una sombra difusa, un ser irrelevante.) El fotógrafo Scamarone es un cliché del bebedor compulsivo y hablador nato que poco más puede ofrecer para salvar al elenco.

Hay bifurcaciones en algunas páginas, como la entrevista que le hace el narrador a un hombre que perdió la memoria tras un accidente, que quedan sumergidas como piedras en una pecera, sin más aliento que el de ser decorado en el fondo de la trama. (Por cierto: en la primera línea de la novela se dice que murió uno de sus hijos y en las páginas 49 y 50 son dos los fallecidos.)

Un par de cosas son las que sobresalen por encima del tedio: la evocación de Mónica, ya casi ex-esposa, como el personaje mejor construido de la trama (hay alma en esa mujer, un claro eco de vida), y un estilo sugerente de frase telegráfica y párrafos mínimos, muchas veces de una sola línea, que conforman una manera propia de concebir la escritura, sin florituras y con gran inmediatez formal.

Puede que el resto del libro tenga algún requiebro que me devuelva el interés por lo que pueda ocurrir o lo que pueda llegar a pensar el narrador, y le voy a dar la oportunidad: otros abandonarían aquí el camino, así que el problema ya es doloroso con un centenar de páginas leídas. Más doloroso para los que seguiremos con afán los destellos del Moleskine, pura celebración de la palabra al lado de esta novela que ha logrado despertar en mí muy pocas ilusiones. Y la expectativa era grande, para qué negarlo.
______________________________

La nueva editorial Duomo llega con la excelente noticia de la publicación (una vez más!) de la edición española de Granta. Detrás está Valeria Miles, que siempre creyó en el proyecto, ya sea en Emecé o en Alfaguara. Para el próximo año se anuncia la versión iberoamericana de los mejores escritores jóvenes de la década, lo cual es es otro motivo de júbilo.
______________________________

¿Por qué no te callas? O mejor: ¿Por qué lees estas pendejadas anacrónicas?

martes, 14 de abril de 2009

La entrometida ficción

Releo con interés unos párrafos que Justo Serna escribió recientemente, acerca de uno de los temas con el que más me gusta naufragar: la relación entre novela e historia, entre realidad y ficción. Lejanos quedan ya los estrambotes que sobre la novela más vendida de Javier Cercas se hicieron a diestra y siniestra. No era para menos: todavía hay gente buscando a Miralles en Dijon.

Es por eso que la aparición del nuevo libro de Cercas ha llamado muchísimo mi atención. De manera esepcial, la supuesta idea inicial de la escritura y el resultado final plasmado en sus páginas ya a la venta. Lo que se fraguó como una novela más, acabó siendo un ensayo sobre el 23-F, pero como no he leído el prólogo (en el que el autor abunda sobre este hecho, o sea, la elección de un género para una historia real) no puedo todavía hacer afirmaciones tajantes. Copio, en todo caso, este párrafo de Serna:

Estoy leyendo a Javier Cercas: en su Anatomía de un instante (2009) –que dedica al 23-F– se plantea estas mismas cosas en su reflexión inicial y, desde luego, aborda qué tipo de libro está escribiendo, a qué género adscribirlo: si una crónica o una novela, si un relato real o una narración con su parte imaginaria. Cercas se pregunta cuál es la fórmula que adopta: cuál es el relato que prefiere para contarnos hechos reales.

Estamos ante una cuerda de funambulismo extremo. Repito que no he leído el libro, pero el sólo hecho de plantearse la posibilidad de escribir sobre un momento histórico y servirse del formato novela para ello, es toda una declaración de principios. Para apreciar mejor el salto mortal, el masaje de Jordi Gracia en Babelia desvela parte del entarimado:

Era una novela sobre hechos reales y en la novela la ficción se mueve con límites, sí, pero se mueve muy a sus anchas porque para eso es una ficción: inventaba un personaje medio espía medio testigo que fabricaba su relato del golpe de 1981 y las razones del golpe. Pero no valía: funcionaba, por supuesto que funcionaba, pero ni satisfacía la genuina exigencia de encajar una historia en una forma literaria única e insustituible, en la que nada sobre ni falte (...) ni cumplía con los deberes de la historia con la plenitud del buen historiador.

¡Ah, la cruda realidad! El autor intenta crear una ficción a partir del 23-F, pero en el camino se da cuenta de la contradicción abismal en la que está cayendo. El personaje que podría servir de nexo entre verdad y mentira se vuelve hueco, por lo que hay que abandonar el empeño y ponerse el traje de historiador. También Serna recuerda bien las duras pullas de Arcadi Espada contra Soldados de Salamina, al hilo del mismo asunto.

Yo no soy taxativo en esto, porque ni soy periodista ni entiendo los géneros como cotos cerrados. ¿No quedamos en que la renovación de la novela del cambio de siglo vendría por los quebrantamientos entre realidad y ficción? Sebald, Marías, Roth... Pero la reflexión in progress de Cercas, mientras va recopilando datos y viendo vídeos de Tejero en el Congreso, es un buen síntoma de los límites de la escritura: la reflexión que quiere hacer sobre la realidad, o sobre alguno de sus protagonistas (Suárez, Gutiérrez Mellado, Carrillo) es tan sustanciosa que la ficción acaba siendo una impostura cursi en toda esta historia. No le cabe a Cercas el formato novela, porque la trama está tan insertada en nuestra conciencia (¡Se sienten, coño!) que ya tiene a los héroes que quería en los mismísimos escaños.

Me niego por ahora a decir más, porque me obligo a mí mismo a leer el libro, siempre y cuando me decida a pagar el transporte aéreo del paquete que me toca pedir a Laie. ¡Maldita realidad!

sábado, 4 de abril de 2009

No escribir

Dice García Márquez, por boca de la todopoderosa Balcells y de su reciente biógrafo, que ya no escribirá más. No escribir más: qué gran tema literario en sí mismo. No hace falta recordar cómo Vila-Matas ha convertido este asunto en una de sus constantes, pero de eso ya he escrito aquí y otros todavía lo han hecho mejor que yo. Viene al caso esta noticia porque, sin que uno se lo proponga, a veces deja de escribir por cualquier causa razonable y eso se convierte en un tema central. El silencio.

Pero de todo ello quizá lo que más me asombra sea la capacidad de un creador para decidir poner fin a su obra, cosa que no sucede muy a menudo. Todavía tengo los ecos en mi cabeza de los fotogramas de El gran Torino, esa enorme película (más enorme para los que hemos seguido fatalmente la trayectoria de Eastwood) en la que el protagonista se despide de su faceta actoral. Un punto final memorable, construido a medida como un testamento notarial: así fui, así quiero que me recuerden.

La edad, claro, es una perfecta excusa para echar el cerrojo: antes de que me vea impedido a seguir escribiendo, decido cerrar mi trayectoria, se dice. Sólo falta añadir con broche de oro para rubricar el lugar común. Pero en esta decisión hay algo que me escama fuertemente, ya que si la obra de cualquier individuo no fue pensada desde un inicio como un todo cerrado (como un proyecto coherente), el fin aparece como una decisión apegada a la estricta fatuidad del cuerpo humano. ¿Acaso quería Cela morirse justo al publicar Madera de boj, que ahora parece que compendia de manera exacta su corpus literario?

En el caso del colombiano, me temo que todo sea debido una vez más a la inmediatez de lo inevitable, aunque sólo Balcells haya apuntado certeramente al drama del asunto: ¡sólo este cliente supone el 36,2% de la facturación de la agencia! No escribir ya no es un asunto moral, sino estrictamente comercial.

______________________________

Era previsible: qué mejor que un Angrama de ensayo (ni que sea el finalista) para encumbrar a los cielos la postpoesía. La incapacidad de la lírica española actual para abordar la sociedad contemporánea: soy precisamente de los que cree que el día en que todo el mundo lea poesía, ¡pobre poesía!

______________________________

Una manera como otra de ordenar una biblioteca (cortesía de J.A. Montano)