lunes, 31 de mayo de 2010

Llamadas telefónicas (6): El gusano

Comienza la segunda parte del libro, y entramos de lleno en otro (o el primero) de los submundos de Bolaño: el mexicano. El propio título de esta parte, Los detectives, remite a la novela casi homónima escrita probablemente en esos mismos meses, pero me veo incapaz de precisar las fechas de escritura del cuento y de la novela y de confrontarlas. Las fechas de edición son el único clavo ardiente al que agarrarse, pero para mi desvelo es muy poco: bien es sabido que toda colección de cuentos es una miscelánea que tanto puede haber sido preparada en cinco años como en diez, y la escritura de este cuento puede pertenecer a 1997 o a mucho tiempo atrás.

Volvemos, de nuevo, al mejor Bolaño. Este cuento, a diferencia de los que cierran el primer apartado bajo el título de Llamadas telefónicas, tiene vida propia y se introduce en una delicadísisma relación entre un adolescente solitario y lector, y un adulto más solitario todavía cuya única función es ocupar cada día un banco de una plaza y mirar. Los dos personajes acaban unidos inevitablemente y se establece entre ellos una complicidad de pocas palabras y de gran fuerza, como sólo un gran escritor es capaz de esbozar en apenas una decena de páginas.

De nuevo, también, encontramos las mejores constantes del chileno en una suerte de concentrado antológico. Si alguien me preguntara sobre Bolaño y sólo tuviera diez minutos en su ajetreada vida, casi estoy por decir que le remitiría de inmediato a Sensini o a El gusano. Lea usted y siga viviendo, buen hombre: ahí está el autor y toda la potencial literatura que usted se perdería si se queda en este cuento. Y también sostengo que un lector mínimamente sensible no se quedaría jamás ahí y se vería obligado a investigar más, así que mi recomendación estaría envenenada.

Digo con esto que, dejando aparte la historia de amistad entre ambos personajes (por cierto: siempre el narrador, que es uno de los actores de la historia, es también trasunto del propio Bolaño, llamado en toda la obra Arturo Belano, pero siempre en mi mirada ficcional no tiene ningún interés si eso coincide o no con la biografía del autor), dejando aparte esa historia, digo, hay tanto por escarbar que cualquier meandro acaba siendo tan atractivo como el hilo argumental. Ahí está la aparición mágica de una bella actriz, Jaqueline Andere, que cruza cuatro frases y un autógrafo con el fascinado muchacho y que desata la imaginación del Gusano. También el cine recibe un homenaje estruendoso, ya sea con la pasión con que Belano acude a las sesiones matinales o con la descripción que hace del argumento de una vieja película francesa. Y México parpadea en cada párrafo o a veces se adueña de la página completa con el recuerdo de pueblos o sierras norteñas que el Gusano enumera con hipnótica terquedad. Ya hacia el final del cuento, y cuando éste se refiere a su propia ciudad, aparece el genio narrativo en forma de poema en prosa:

Dijo que un asesino no perseguía a un asesino, que cómo iba a perseguirlo, que eso era como si una serpiente se mordiera la cola. Dijo que incluso había serpientes que se mordían la cola (...) Dijo que cerca del pueblo pasaba un río llamado Río Negro por el color de sus aguas y que éstas al bordear el cementerio formaban un delta que la tierra seca acababa por chuparse. Dijo que la gente a veces se quedaba largo rato contemplando el horizonte, el sol que desaparecía detrás del cerro El Lagarto, y que el horizonte era de color carne, como la espalda de un moribundo.

El hombre termina por regresar a su tierra y desaparecer de la vida del muchacho, obviamente, y esto no es ningún spoiler porque no hay otro final posible. Bolaño acierta casi en todo en esta mínima historia de afinidades, de soledades y de imaginaciones. De estos ríos caudalosos nacieron otros mares de cientos de páginas, y es necesario ir a las fuentes. Este manantial es la mejor prueba de ello.
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Una año más no estaré en la Feria del Libro de Madrid, para que así pueda seguir diciendo que una de las cosas que me gustaría hacer en esta vida es ir una vez al menos a la Feria del Libro de Madrid.
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Vicente Todolí, antes de abandonar la Tate Modern: Pero entonces descubrí que el placer de la lectura había desaparecido, que mi placer se había convertido en un trabajo y lo que fuera un puro disfrute sin objetivo alguno se convertía en un trabajo con un objetivo. Entonces me dije: "Prefiero leer sin tener que dar ninguna explicación, disfrutarlo simple y llanamente"

domingo, 23 de mayo de 2010

Llamadas telefónicas (5): Llamadas telefónicas

¿Alguien dijo Monzó? ¡Que venga Quim y lea este cuento! La historia de desamor que en él se narra recuerda poderosamente los breves relatos del catalán, con sus seres anónimos y sus desamparos manchando cada línea, cada breve oración: no hay lugar para el adorno, aquí todo es esencial y cada frase está depurada hasta el extremo:

Esa noche llama a X y le cuenta el sueño. X no dice nada. Al día siguiente vuelve a llamar a X. Y al siguiente.

El problema, el gran problema, es que este es un mal cuento. Diré mejor: este es un cuento puramente alimenticio, sin apenas ambición y que semeja más bien un ensayo de cuento, un borrador que algún día quizá habría de convertirse en una gran historia. Lo único que puedo sacar en claro es que a Bolaño no le pega el estilo monzoniano, y basta con comparar la pequeña maravilla que es Sensini con estas Llamadas telefónicas, que aunque den título al libro no pasan de ser un ejercicio de lo más trivial.

La trama se divide en dos partes: la primera no va más allá de describir el enamoramiento de una persona hacia otra, con tintes melodramáticos si no fuera por la sequedad de la prosa. Bolaño destila mala leche, qué duda cabe, y eso salva al conjunto de caer en la telenovela más mexicana de todas. Y el autor, en un amago de autosinceridad, da el paso hacia la segunda parte de manera enfática:

Hasta aquí la historia es vulgar; lamentable, pero vulgar.

La muerte acecha en la segunda mitad del cuento y da un vuelco a la historia, por lo demás del todo predecible. Investigación policial, viaje a la escena del crimen, regreso a casa, resolución del asesinato. Todo ocurre en cinco páginas, así que la historia no da más que para un boceto de guión.

Los detractores de Bolaño, que los hay a patadas (tantos como enfermizos fans) suelen detenerse en este tipo de cuentos para denostar al autor. Y bien que hacen, porque no hay otro sitio por donde segregar su bilis. Este es el peor Bolaño y lo reencontraremos en otras antologías, porque de él se ha publicado ya todo folio que contuviera alguna letra manuscrita. El caudal de libros que Anagrama ha ido publicando, en vida y post mortem, sobrepasa cualquier capacidad para mostrar la brillantez de la creación literaria en todo lo que ya es público. Suelo reiterar en estas ocasiones que para el filólogo y el bloguero es una maravilla tenerlo todo tan cerca, sin tener que rebuscar en archivos ocultos. Para el lector medio es un pésimo favor, porque da argumentos a los enemigos que sólo buscan bulla: que si frases de sujeto, verbo y predicado, que si vocabulario limitado.

Pero Bolaño está mucho más allá de estas Llamadas telefónicas, y no hace falta salir del propio volumen que las encierra para verlo, por poco que uno tenga cierta sensibilidad literaria.
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Hoy es un días de esos felices, en que uno encuentra (por ejemplo) La tentación de lo imposible de Mario Vargas Llosa, en una parada de libros de viejo pero todavía con el recubrimiento plástico intacto, por sólo 180 córdobas, o sea 8 dólares y medio, o sea 6,8 euros.

lunes, 17 de mayo de 2010

Llamadas telefónicas (4): Una aventura literaria

Regreso de El Salvador después de dos semanas de viaje, con demasiados compromisos y poco tiempo para la escritura. Me siento como el alumno que no cumple con sus tareas: ¡No has hecho el comentario de texto, chaval! Es lo que tienen los blogs: uno nunca termina de entender dónde acaba la obligación y dónde comienza el placer.

Es este un excelente cuento con un final mal resuelto. Así de simple. Bolaño acierta con creces en el choque de fuerzas de dos escritores antagónicos, que a lo largo de las páginas se observan desde la distancia y sólo se comunican a través de la crítica literaria. Su mútuo recelo y su larvada enemistad es un delicioso enfrentamiento mudo que sólo puede cerrarse en un encuentro personal como colofón del cuento.

Es el cuento más monzoniano que le he leído a Bolaño, y no sólo por la utilización de iniciales para nombrar a los dos personajes. La críptica relación personal, y en especial el estilo tajante e irónico, sintético, para describir las sucesivas acciones (A y B como dos seres arquetípicos de una sociedad literariamente enferma) recuerdan al Monzó de El porqué de las cosas. B alaba una novela de A y A no halla explicación al repentino aplauso crítico: busca argumentos y sólo encuentra ideas que desecha rápidamente, pues ninguna es digna de ser real. El propio cuento es una serie de posibles respuestas (A o B, como los protagonistas) a cual más disparatada, y todo para demostrar que en el mundillo literario los sables y cuchillos son frecuentes.

También hay aciertos en la siempre postergada posibilidad de verse cara a cara y resolver los enigmas: ni las llamadas telefónicas, ni los encuentros fortuitos pueden concretar un diálogo que sólo se adivina en la última página, cuando al fin B llama a la puerta de A. Justamente, para mí sólo había dos finales estimables, que siguiendo el juego enumero con las mismas letras:

A) B nunca llega a ver a A. La última frase lo coloca frente al timbre, que pulsa, y nunca llegamos a saber si la puerta se abre realmente. Sería un final monzoniano también.

B) B y A se encuentran y establecen un diálogo patético, que quizá no resuelve ninguna duda pero que los hunde más y mejor en el lodazal de la literatura.

Bolaño opta por un final intermedio entre ambos: la puerta se abre y se intercambian cuatro palabras de compromiso. Fin. Creo sinceramente que es la peor resolución posible una vez leído todo lo que antecede: no aporta nada a la historia y la imaginación tampoco puede volar. Se encuentran, sí, y todavía no dialogan. Se rompe el hechizo de la búsqueda pero no se nos da a cambio información adicional. Era mejor no romper el hechizo, o romperlo y abrir la caja de los truenos.

Por lo demás, el cuento está lleno una vez más de frases sutiles y enigmáticas del mejor Bolaño, el que es capaz de soltar perlas como esta:

Después se queda dormido al sol y cuando despierta el parque está lleno de mendigos y yonquis que a primera vista dan la impresión de movimiento pero que en realidad no se mueven, aunque tampoco pueda afirmarse con propiedad que están quietos.
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Hay tres cosas que leería ahora a la carrera, sin pestañear: la nueva edición de Las armas y las letras de Trapiello; Algo elemental de Eliot Weinberger, un collage barroco e inquietante sobre los tesoros del mundo; y Tworki de Marek Bieńczyk, cuyo primer párrafo hace imposible no continuar leyendo:

Es del fondo de mis párpados fríos, del nacimiento mismo del río que han venido al mundo estas palabras. Sí, al principio fue la escritura, no muy bonita, las letras demasiado altas, apretadas, negándose el espacio, conteniendo el ímpetu de las frases. Uno podría decir: no se dan prisa las palabras en llegar al punto; otro: hay algo que las retiene; y todos, sin duda entre ellos yo mismo: querrían volver atrás, dar la vuelta, pero ya no pueden. Hay que darles por fin la oportunidad de llenar toda la línea, de margen a margen a pleno pulmón, ahora que ya todo ha terminado, o que ya da todo igual.

domingo, 2 de mayo de 2010

Llamadas telefónicas (3): Enrique Martín

Es este un cuento extraño. Comenzando por la dedicatoria: no consigo hallar, más allá del nombre de pila, ninguna relación entre Enrique Vila-Matas y este relato. ¿Un guiño a Suicidios ejemplares? ¿Otro guiño mutuo entre Roberto y Enrique, que nunca llegaremos a conocer? El protagonista de este cuento es otro poeta maldito, uno más, que termina sus días colgado de una soga en la trastienda de su librería.

Después de leer tres cuentos cuyo título nos remite al nombre de autores desconocidos y marginales, la intención de Bolaño queda patente en su misma insistencia: hay una especie de fijación en el escritor que queda fuera de los límites del mercado y de las editoriales, y se mitifica de alguna manera la tarea insobornable y a la vez inútil de quien dedica su vida a la escritura pero no obtiene por ello ninguna recompensa tangible. Bolaño da noticia de cada uno de ellos, como si se rodeara de seres enfermos por la literatura y se colara en sus vidas anónimas por cada rendija de sus actos, de sus pensamientos inocuos.

No creo que sea fácil para un lector ocasional entrar en estas historias. Parecen escritas desde la más profunda reflexión sobre el ser artista literario, y cada anécdota contada no es sino un pretexto para preguntarse por qué se escribe si no hay interés comercial en ello. ¿Es la literatura una consecuencia de un cierto extravío vital, o por el contrario, la obsesión por la palabra convierte a los individuos en seres huraños, de difícil trato, con manías que arrastran de por vida? No creo, pues, que un lector interesado en argumentos pueda transitar indemne por estas páginas: pensadas desde la escritura y para los escritores (reales o probables), no hay tregua para quien busque una fácil digestión después de la comida.

Enrique es un poeta que a partir de cierto momento tontea con la escritura más hueca, concretada en colaboraciones para la revista Preguntas & Respuestas, “cuyos temas iban desde los ovnis hasta los fantasmas, pasando por las apariciones marianas, las culturas precolombinas desconocidas, los sucesos paranormales.” La correspondencia epistolar con el narrador se torna incomprensible, como fruto de algún lenguaje criptográfico del que sólo Enrique tiene la clave, mezclando mapas y dibujos con secuencias de cifras misteriosas. Curiosidad: hice algún breve esfuerzo por traducir una serie de números que al parecer se corresponden con una frase, pero fue en vano. No veo que nadie haya hecho el intento en ninguna parte, y supongo que son cifras escogidas al azar para remarcar lo absurdo de la tarea emprendida por el poeta.

Enrique entrega en cierto momento un pliego de hojas al narrador, encomendándole a guardarlo diligentemente sin intentar leerlo. Sólo al final, después del suicidio, se rompe el hechizo: no hay números ni mapas en los folios sino poemas: el entramado de conspiraciones paranoicas se rompe y sólo queda, como restos de un naufragio y como única herencia válida del autor, la literatura.

El mensaje final es diáfano. Pero el cuento sigue siendo extraño, como si todavía hubiera algún detalle que no somos capaces de aprehender. Creo que la fuerza de Bolaño radica también en esto: como si nunca estuviera todo dicho, y como si él fuera el primero en decirlo.
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Muy alegremente, algun colaborador de la Wikipedia publicó hace tiempo que Umberto Eco no escribiría más novelas. Allá quedó el dato, como un rumor certificado que jamás tuvo ninguna fuente de confirmación. Ya lo han cambiado, claro: en la reciente entrevista que le hizo El País desmiente que haya abandonado el género.